El periodista,
cronista y ensayista mexicano Carlos Monsiváis escribió sobre el divo de Juárez la
crónica “Instituciones: Juan
Gabriel”, incluida en su libro Escenas de pudor y liviandad
(1988). Monsiváis perfila al personaje sin apellido y reflexiona sobre la
construcción del ídolo popular por encima de los prejuicios y la masculinidad
mexicana exacerbada y necia, que Juan Gabriel supo subvertir como compositor y
cantante, poniéndose al frente de un grupo de mariachis, ideal romántico del
macho mexicano, para interpretar sus canciones con amaneramiento, desgarro y el
corazón eufórico. Acá les comparto, por si les interesa, algunos fragmentos de
esa crónica. Al mismo tiempo, va una grabación de Juan Gabriel en el programa Mala
noche… ¡No! (1988), conducido por su compatriota Verónica Castro, en donde el Ídolo interpreta
dos de sus temas más viscerales: “La farsante” e “Inocente pobre amigo”, y que a
mi gusto están entre sus mejores presentaciones. Los dejo entonces con dos
grandes: Monsiváis y Juan Gabriel.
1. “Un Ídolo
es un convenio multigeneracional, la respuesta emocional a la falta de
preguntas sentimentales, una versión difícilmente perfeccionable de la alegría,
el espíritu romántico, la suave o agresiva ruptura de la norma. Sin estos
requisitos se puede ser el tema de una publicidad convincente, el talento al
servicio de las necesidades de un sector, una ofuscación de la vista o el oído,
pero jamás un Ídolo”.
2. “En la
sociedad de consumo, el Ídolo (la mayúscula, certificado de licitud) es quien
retiene el Falso Amor de las multitudes más allá de lo previsible, más allá de
los seis meses de un hit, de los dos años de la promoción exhaustiva, de los
cinco años del impulso que no termina de desgastarse.
El Falso Amor –explica George S. Trow– es la
Estética del Éxito, que se engendra en el trato familiar. Lo que es amado es un
éxito. Lo que es un éxito es amado. ¿Qué es lo más poderoso en el mundo? El
amor de millones de seres. ¡Es un Éxito! ¡Lo amamos! ¡Y el Éxito te ama porque
tú lo amas porque es un Éxito! […]”.
3. “El hilo
conductor en el auge de Juan Gabriel es su voz, alejada de cualquier técnica de
los cantantes profesionales, y a tal punto identificada con el material, que si
interesan las canciones, interesa esa voz, y si se acepta esa voz, el oído se
rinde ante las canciones. Una vez más el Ídolo conduce el límite lo ya
iniciado. Daniel Santos y los cantantes de la Sonora Matancera edificaron casa
a parte de la trepidante solemnidad de barítonos y tenores, y Agústin Lara,
José Alfredo Jiménez y Armando Manzanero han probado que el compositor de fama
no es buen o mal intérprete de sus canciones: es único. (Así se oyó la pieza el
día de su nacimiento.) Pero la voz de Lara apenas vendió discos, José Alfredo y
Manzanero un poco más, y el Arrabal de Daniel Santos, María Luisa Landín y
Bienvenido Granda es exactamente lo que se ve: cuartuchos con vírgenes
auspiciadas por veladoras, bares usados por los solitarios para musitar el
desengaño, cabarets en donde se cuela la tragedia aprovechando los descansos de
la orquesta, calles que resplandecen en la madrugada, prisioneras del alma y de
la Comandancia.
En cambio,
la Provincia evocada y convocada por Juan Gabriel no es ubicable, va del bar a
las tres de la mañana a la fiesta de quinceaños, de Nogales a Ciudad Neza, del
travesti al diputado, de la lonchería al radio de transistores que acompaña a
las prostitutas. Y la fama de Juan Gabriel se acrecienta con la voz: fiado tan
sólo a sus intérpretes, sin el sonido que taladra y persuade, el Ídolo nunca
habría sido una versión confiable del México de masas”.